Gracias, Kobe
“Siempre guardaré esa camiseta #8 dorada que dice Lakers en el pecho y Bryant en la espalda”.
“Siempre guardaré esa camiseta #8 dorada que dice Lakers en el pecho y Bryant en la espalda”.
Kobe Bryant (41), exjugador de Los Angeles Lakers, murió hoy (26/01/20) en un accidente de helicóptero. Comparto a continuación, entonces, lo que escribí cuando anunció su retiro de la NBA, en noviembre de 2015.
Empecé a ver NBA cuando tenía 9 años, en el 2003. En esa época, Kobe Bryant venía de ganar tres títulos seguidos con los Lakers de Shaquille O’neal y Phil Jackson. En ese 2003 perderían contra los Spurs en los Playoffs; el año siguiente, en la final contra los Pistons. Aunque desde el principio Kobe fue mi jugador favorito, y me ponía la camiseta dorada #8 de los Lakers para ver sus partidos, esos Lakers eran el equipo de Shaq. Luego, cuando Shaq fue traspasado a Miami, vino la época dorada de Kobe como jugador individual. Entre 2005 y 2007, Kobe se cansó (o más bien, no se cansó) de romper records de anotación: 81 puntos contra los Raptors, 62 contra los Mavericks en solo tres cuartos, 35 puntos por partido en una temporada entera, 9 partidos seguidos con 40 puntos, y 4 con 50. Sin embargo, los Lakers apenas lograron llegar a los playoffs. Eran un equipo limitado y perdieron contra unos muy buenos Phoenix Suns de Steve Nash en años consecutivos (2006 y 2007).
Hacia el final de esa época, con el cambio al #24, ya se intuía un Kobe distinto, más maduro, que había logrado controlar un poco esa eterna pulsión que lo llevaba a lanzar, y convertir, tiros imposibles con tres defensas encima, cuando la mejor decisión era un pase al hombre que estaba solo para una bandeja bajo el aro. Este nuevo Kobe se consolidó cuando Pau Gasol llegó a los Lakers. Ganó el MVP que hasta entonces le había sido esquivo, y con Pau llevaron a los Lakers a la final contra los Celtics. Perdieron humillantemente, y eso les dio más fuerza para volver y ganar el título contra Orlando (2009) y luego cobrar la revancha histórica contra Boston en 2010, el quinto campeonato de Kobe. Aunque este nuevo Bryant no era tan espectacular como el de seis o cinco años antes, era mucho mejor como ganador. Como jugdor, había desarrollado un juego de poste impecable para adaptarse a la edad, con su fadeway que se convirtió en su marca registrada. Siguió siendo enorme en la presión, con varios game winners y momentos clutch, a los que nos terminó acostumbrando. Sobre todo, era mucho mejor líder, confiaba en sus compañeros y los guió, ya sin Shaq, a tres finales consecutivas y al dominio del Oeste.
Luego vinieron temporadas difíciles, con lesiones de rodilla recurrentes y eliminaciones a mano de Dallas y de Oklahoma, y la retirada de Phil Jackson. Y vino mi temporada favorita de Kobe Bryant, la 2012–2013. Lo que se suponía que iba a ser un Big 4 de campeonato, con Steve Nash y Dwight Howard, pronto se convirtió en una de las pruebas más duras de la carrera de Kobe. Ante la perspectiva de quedar fuera de los playoffs, y con Nash, Gasol y Howard con problemas de lesiones, Kobe enderezó el barco, un clutch fadeaway a la vez, y asumió la carga que fuera necesaria, con partidos de 15 asistencias, o con tres triples seguidos para cerrar un juego.
Esa temporada fue el epítome de lo que fue Kobe Bryant como jugador. Aunque era talentoso y atlético, sus actuaciones nunca se vieron fáciles como las de, por ejemplo, LeBron James. Cada tiro de Kobe evidenciaba entrenamiento, y a él le gustaba: siempre quiso demostrar que su mejor cualidad no era su habilidad, sino su esfuerzo y su ética de trabajo. Kobe asumió una carga inhumana para cualquier jugador, y mucho más para uno de 34 años, jugando partidos enteros como si fueran partidas de ajedrez, solo que siempre optando por la jugada difícil. Esa temporada terminó con los Lakers eliminados en la primera ronda de los playoffs y, poéticamente, con la ruptura de su tendón de Aquiles algunos partidos antes de que acabara la temporada regular. Antes de salir de la cancha, luego de su lesión, se acomodó el tendón desgarrado y metió dos tiros libros para ganar contra los Warriors. Tanto esfuerzo jodió su cuerpo, pero él no quería nada distinto. Las cosas no eran fáciles, el sudor y la sangre embellecieron la fábula.
Kobe Bryant, uno de los mejores jugadores de todos los tiempos, acabó su carrera en ese abril de 2013. Lo que ha venido sucediendo desde entonces ha sido la muestra de sus mejores cualidades, en el esfuerzo que tuvo que ponerle a cada rehabilitación para poder volver, y de sus peores defectos, tomando tiros horribles sin conciencia, y siendo un factor negativo para el desempeño de los Lakers. Y no podía ser de otra manera. Kobe no se iba a ir hasta haberlo dado todo. Esa siempre fue su meta. A punta de fuerza de voluntad y de confianza, logró ser el segundo mejor escolta de la historia, y uno de los mejores 5 o 10 jugadores. Esa fuerza de voluntad también lo llevó a perjudicar a su equipo, y esa confianza no le dejó ver sus grietas, y lograr adaptarse para pasar la antorcha y poder ser un jugador de rol.
Kobe no fue un héroe para mí, porque siempre fue humano. Me mostró que el trabajo duro y la dedicación eran tan importantes como el talento; también lo que pasa cuando se cierran los ojos y se salta al vacío, sin querer ver lo que todo el mundo está viendo: que no hay forma de que logre sobrevivir al precipicio. Durante toda su carrera, Kobe, de hecho, logró sobrevivir al precipicio, retando todas las leyes, incluyendo las del tiempo y la edad. Sin embargo, al final, ese trabajo duró que lo llevó tan cerca del sol fue lo que quemó sus alas.
Hoy Kobe anunció que esta temporada (2015–2016) será su última. Ahora, con 5 anillos, puede irse tranquilo, le dio todo lo que tenía al deporte que le dio todo a él. Fue un placer haberlo visto jugar y crecer como jugador, y siempre guardaré esa camiseta #8 dorada que dice Lakers en el pecho y Bryant en la espalda. Gracias, Kobe.
Este texto fue publicado en Facebook el 29 de noviembre de 2015.