Rhodesia no ofrece esperanza
N. Hardem y Las Hermanas presentaron su proyecto Rhodesia, una pieza pesimista que expone las contradicciones del mundo que habitamos.
Hay músicas que sanan: en su optimismo y luz, logran apaciguar el dolor. Son bálsamos que curan, mantras que al repetirlos hacen que todo vaya mejor. Pero también hay músicas que echan sal en la herida, que voluntariamente optan por no prender ninguna luz al final del tunel, o ni siquiera admitir que puede haber un final; son músicas que se detienen sobre los dolores y los retiñen, nos hacen conscientes de nuestros defectos y de la dificultad de un cambio para mejor. Todo lo contrario al color esperanza.
El pasado sábado 2 de marzo, en Boogaloop, Bogotá, N. Hardem y Las Hermanas lanzaron Rhodesia, su proyecto conjunto. Fue un ritual catártico en el que la música no ofrecía esperanza, pero las almas que estábamos presentes pudimos encontrar en el desamparo colectivo una forma de resistencia: estábamos vivos y escuchando rap, dialogando con nuestros demonios, siendo honestos y reconociendo lo jodido que iba el mundo. Se sintió como despertar de la Matrix, palpando las cadenas y cables que nos apresan, la estructura violenta de la que es tan difícil escapar. Pero tomar consciencia de todo eso, y hacerlo de forma solidaria y conjunta, puede ser el primer paso.
Jam Block Jr y la Justa Junta prendieron la ceremonia con una serie de raps duros y animados, una presentación que argumentó que Jam Block es uno de los mejores raperos que tiene Bogotá hoy, y que su colectivo es un punto de referencia obligado para el presente futuro del hip hop capitalino. Canciones como “Respirer Ma Ville” o “Sesion 93” dan cuenta del talento y potencia de este MC. Esto vino después de que DJ Blanko hiciera el calentamiento mientras los asistentes iban llenando el local.
Antes del show principal de Rhodesia, tanto N. Hardem como Las Hermanas mostraron sus talentos individuales, como dejando claro lo fuerte que podía ser la fusión de sus poderes. Primero, Hardem — acompañado por una nueva versión de la United Fruit Company, la banda que a veces lo acompaña en sus presentaciones en vivo — interpretó algunos de sus principales éxitos previos a Rhodesia. Aunque los beats de El Arkeologo en canciones como “Señales de Humo” o “Real a mi Manera” son inmejorables, la calidez y el dinamismo de la banda hicieron que se sintieran como canciones nuevas, llenas de vigor.
Luego, Las Hermanas hipnotizó a los presentes con un set de sus beats que mostró que él, como dice el periodista musical Cristian Cope, es la evolución. Llenos de filtros y distorsiones, no son sonidos que inviten a bailar de forma convencional. Pero el reto rítmico que plantean esos beats también permite reflexionar sobre ellos, intentar decodificar su cadencia. Los elementos electrónicos de las instrumentales que tocaba el productor que responde al nombre de Diego Cuéllar construían, además, un entorno distópico, perfecto para las bombas que estaban por caer, como había anunciado Hardem minutos antes.
Las Hermanas dejó sonar “Harare”, el intro tribal y enigmático de Rhodesia,y se supo que el ritual había empezado. Hardem salió al escenario de nuevo y tomó aire. Parecía que se preparaba para la descarga inminente. “Tiempo, máquinas, poniéndole el sol a las páginas” rimó mientras saltaba con energía — y el público lo seguía — para presentarse en “Crisol”, siendo él el sol que alumbra las máquinas de Las Hermanas. Los flows eran distintos y percutivos; la instrumental, abigarrada; la gente, expectante, aceptando la invitación a un cambio de consciencia. En la pantalla se exponía la pregunta de quién tenía derecho a Rhodesia, aquel país africano, hogar de tantos dolores y masacres, que desde hace 40 años es Zimbabue. “Soy la prueba de que se puede ser el mejor jugador sin balón”, escupió Hardem.
En “Ascenso”, Hardem se definió como “the most clever in the dessert with the lesser effort” y el show continuó, mientras el MC capitalino reflexionaba sobre la ironía de haber pensado a Dios como barbado cuando siempre había sido un bárbaro. Con atención, la letra mostraba imágenes oscuras de asfixia y amargura. El pesimismo era latente: “pensaba que estaba todo mal al final pero apenas era el comienzo”. Quizás la esperanza podía encontrarse en el coro, en el que Hardem con determinación hacía explícita su determinación de no volver a caer ni morder el polvo.
Los bajos oscuros y amenazantes anunciaron la llegada de “Sabbath”. Esta vez su inflexión era más agresiva, mientras preguntaba dónde estaba Dios. “Qué frío el mío, gemidos, gemelos dormidos. Déjeme los hormigueos servidos, he visto dos videos seguidos de lo mismo. Si no me coge el sueño es que falló el algoritmo, me falló el organismo”. Letras sin luz alguna. Hardem se movía con frenesí, como intentado expurgar esas memorias de su interior; el público respondía, como identificándose con el ejercicio de nombrar los demonios para exorcizarlos. “Convulcionar no es opcional. Ojos sin órbita. Incendio en la cocina”. En el coro, además, admitió, o advirtió, la imposibilidad de recuperar el tiempo perdido. Una calavera daba vueltas en las visuales.
“Órbita”, un interludio instrumental, fue un respiro para los artistas y para el público. Lo sucedió “Afuera Bien”, la canción más accesible y alegre, dentro de lo que cabe, de Rhodesia. Aún así, Hardem se describió como “destruido, estropeado, derruido”. En esta canción se encuentra la reflexión más explícita sobre Rhodesia. “Dame el Asia y un rhodes, luego llámame Rhodesia”, un homenaje a Amiri Baraka. Aún cuando hablaba de su desafío y su talento, continuaba el tono retador y frustrado. “Porque,no es como que el palo esté pa’ cucharas, y la capucha no es para solo no verte a la cara”.
Hasta en una canción sexual, como lo es “Víspera”, hubo tonos oscuros. Después de todo, el tema inicia con una parálisis a medianoche. Para los que fueron en pareja, o querían salir con pareja, pudo ser la oportunidad de cantar “cuerpo extraño en ambiente familiar, holograma de actriz principal: leo tus labios”, a la vez que Hardem describía el sabor a juventud y pasos traviesos de ella, quien fuera. Ella y su moral a deshoras, ella y sus manitos manipuladoras, ella que solo venía a hablar. Mientras el beat se desvanecía y los aplausos crecían, una flauta o un saxofón se estiró hasta el último segundo, un momento sutil pero bello, tanto en el disco como en vivo.
El concierto acabó con “Esfinge”, la favorita de Rhodesia de Hardem, quien se soltó el pelo para esta ocasión. Intentó preparar al público para el coro, difícil , silábico: “ Kunta Kinte, conta, bunde con chonta. Sample, sinte. Espontaneidad: expón tu deidad. Unta el pincel, hunde el cincel. Interrumpe tu tranquilidad”. Después de repetirlo un par de veces, cayó el beat, un clásico de Las Hermanas, distorsionado, con varios elementos indescifrables por los filtros por los que habían pasado. Las imágenes eran claustrofóbicas aún si la gente las recibía con entusiasmo. “Me saco las cobijas y el enojo, que me indujo a despertarme solo para refrescar el dolor. Sigo el impulso, el desespero giratorio. Veo el espejo de reojo: el festejo me redujo a mis despojos”.
Al final, aunque no hay esperanza, “Esfinge” sí marca un camino de resistencia, una actitud frentera, dispuesta a dar la guerra. Porque va a haber guerra, sin duda, tendremos que luchar. Pero juntos, confiados, quizás podamos sobrevivir. “Quieren, buscan usurpar mi estirpe. Pero no pueden ocultar ni sepultar la esfinge”, rima Hardem en uno de los momentos claves del disco. Rhodesia no ofrece una salida fácil ni dice que todo va a estar bien. Es una experiencia liberadora dolorosa, así como dicen que duele la verdad. No es esperanza vacía, sino información que empodera y permite tomar decisiones. El concierto acabó mientras, al unísono, todos repetíamos el coro. “Kunta Kinte…”.
“Quieran harto, antes de que empiecen a caer las bombas del cielo”, dijo Hardem, o quizás ya era Nelson Martínez.
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